viernes, 28 de noviembre de 2008


Pequeña y sencilla casa que se ve a lo lejos. En lo alto, entre las montañas, allí se encuentra como si fuera parte de la piedra. La naturaleza podría jactarse de su creación, de la misma manera que ha creado el paisaje que la rodea, un paisaje que deslumbra las almas que lo visitan, que enamora e inspira las palabras de aquellos que quieren escribir.

Pero esa casa pintoresca, que sin extravagancia alguna y con la virtud de la resistencia, es el hogar de alguna familia, que allí vive, rodeada de tanta inmensidad. Ellos viven de la naturaleza que los alimenta, pero que también los golpea.

Lejos de este mundo de asfalto y edificios. Donde cemento le ha ganado la guerra a la tierra y el pasto. Están ellos, sus habitantes y constructores, con vidas sencillas y sacrificadas, cuidando animales, sembrando. Al inicio del día buscan agua de algún río cercano, transparentes y fríos es lo que caracteriza a los ríos de montaña. La leña que es escasa se usa con prudencia.

Cuando es necesario van al poblado cercano en busca de aquello que sus propias manos no pueden conseguir de la tierra. Caminan al lado de mulas que se usan para transportar carga, en este caso los productos comprados. Un largo camino de ida y vuelta. Al regreso, la caricia, unos ricos caramelos que producen deslumbrantes sonrisas en los niños de la casa.

Sin luz, sin agua corriente, sin delivery, sin supermercados, sin vehículos, sin televisión, sin aire acondicionado, sin gas natural, sin juguetes.
Quizás algún día todo esto les llegue, hoy no importa, hoy están, a veces felices y a veces tristes. Igual que le pasa a la gente de la ciudad.

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